SOBERANÍA DE DIOS Y RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” Filipenses 2: 12-13
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Este pasaje selecto de las santas escrituras nos enseña de manera simple y directa los dos aspectos que se trataran en este artículo. La responsabilidad del creyente en ese imperativo de Pablo: “ocupaos en vuestra salvación” de ningún modo anula la soberanía plena de Dios ante la frase: “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. En ambos casos ambas enseñanzas conviven en la biblia, mas allá de los reclamos de nuestra lógica e intelecto.
Por lo general se tiende a confundir o mal entender estas dos enseñanzas bíblicas que, cualquiera que se niegue, termina torciendo la una o la otra. El aceptar solo la soberanía de Dios, negando la responsabilidad del hombre, tuerce la escritura; y viceversa. Aunque no lo podamos entender, eso no significa que debamos censurar la una o la otra.
Hay creyentes que descansan en la soberanía de Dios para abandonar sus propias responsabilidades, esfuerzos y deberes. Y, al contrario, hay creyentes que solo centran sus energías en obras meritorias, olvidando que Dios es Soberano y que siempre Él hará lo que quiera. En conclusión, ambas doctrinas, aunque parezcan opuestas o que se anulan entre sí, es la verdad que Dios revela, y que nadie puede negar si es que considera la biblia como única norma de conducta y de fe.
El asunto del libre albedrío
Mas allá de analizar este punto en la perspectiva de escuelas de pensamiento, invocando a Agustín, Pelagio, Calvino o Arminio, procuraremos solo observar la biblia como única fuente. Por cierto, que esto resulta ser poco “intelectual” frente a la alta critica e intelecto de los predicadores de la actualidad.
La palabra “albedrío” habla de la voluntad, decisión, potestad o arbitrio que el individuo tiene en relación con una elección o decisión. Ahora si agregamos la expresión “libre albedrío”, indicaría que el individuo tiene libre capacidad de elección o potestad. Respecto al libre albedrío del ser humano, la biblia nos presenta dos aspectos que son necesarios considerarlos en el análisis de este punto. Por un lado, está la potestad que el hombre o mujer tiene en sus decisiones naturales (elegir una profesión, el color de su casa, ropa, etc.), y, por otro lado, está el asunto de la potestad que el hombre o mujer tiene en elegir a Dios y obedecerle para su propia redención.
La religión presenta ambos asuntos supeditados a la libre elección o albedrío que el individuo tendría; tanto como para sus asuntos naturales como para los asuntos de Dios y la redención. Sin embargo, aunque la biblia presenta el libre albedrío natural del individuo, NO enseña que el hombre o la mujer tenga libre albedrío para escoger y obedecer a Dios. Pero vamos por parte.
El capitulo 3 de génesis nos muestra la tremenda tragedia en la que cayó el ser humano. Acá vemos a Adán y Eva que, haciendo uso aún de su libre albedrío, escogieron desobedecer a Dios, comiendo del fruto de aquel árbol prohibido según génesis 2: 16-17. El hombre y la mujer gozaban de la perfecta comunión con Dios y de tener libertad para elegir y ejercer potestad. En esta escena verdaderamente paradisiaca, el hombre y su mujer decidieron desobedecer a Dios, en consecuencia, entró el pecado, y por el pecado la muerte. Hablar del libre albedrío para con Dios, nos obliga a observar los relatos bíblicos antes y después del dramático capítulo 3 de génesis. La biblia dice:
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” génesis 3: 6-8
Llama la atención, que después que Adán y Eva pecaron, comiendo del fruto del árbol prohibido cuya sentencia era la muerte, siguieron viviendo y no murieron. ¿acaso la implacable ley de Dios dicha en génesis 2: 16-17 no se habría cumplido? ¿No enseña la biblia que Dios advierte y cumple todos sus designios y planes, porque Él no transgrede su carácter santo y no rectifica sus planes perfectos?
Por lo tanto, lo único que podemos concluir es que la muerte, que en ese momento experimentaron nuestros primeros padres, no fue la muerte física, sino que espiritual; y como el significado de la palabra muerte es “separación”, entendemos que, en el momento de la decisión desobediente y transgresora, ellos se “separaron” de Dios, es decir, murieron para con Dios.
Los síntomas de esa muerte espiritual, fue pretender cubrir su desnudez y huir de la presencia de Dios, tratando de esconderse entre los árboles del huerto. No vemos en ellos la voluntad de buscar a Dios y arreglar sus cuentas con Él. Aunque ellos escogieron, en su libre albedrío, coser hojas de higueras para tapar su vergüenza, no manifestaron nunca su intención de volver a Dios porque la comunión se había roto en esa mortal transgresión. Esa actitud que se transforma en el sello del pecado en una constante huida es lo que caracteriza a toda la raza humana escapando siempre de Dios y del único camino de redención. En palabras simples, el hombre natural no busca a Dios porque esta muerto en su propia transgresión. Pablo lo enseña en dos contundentes pasajes:
“No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” romanos 3: 10-12
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” efesios 2:1
Ambos pasajes indican que el hombre esta muerto, y como tal, sus sentidos intelectuales, morales y volitivos están muertos. En lo personal, nunca he visto a un muerto deliberando, solicitando o caminando a un destino determinado. El muerto esta muerto y todos sus sentidos inhabilitados. Tratar de interpretar y acomodar de otro modo estos versículos claros y categóricos, que enseñan que el hombre natural esta muerto espiritualmente, y por consecuencia no tiene voluntad propia para escoger a Dios, es resistir la verdad, y defender nuestra propia racionalidad, y hasta nuestra propia escuela de pensamiento en la cual fuimos formados. Y permítame aclarar que esto ¡NO es calvinismo!, sino que es lo que dice literalmente la biblia sin interpretación acomodaticia.
Recuperando el libre albedrío
Así como en el primer Adán, perdimos la inocencia y el libre albedrío para con Dios en el segundo Adán que es Cristo, recuperamos la inocencia y el libre albedrío para con Dios. Pablo dice:
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron… Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” romanos 5: 12-18
Pablo nos enseña que hay una nueva creación en este nuevo o postrer Adán, el cual no fracasó como el primero, sino que venció en obediencia cumpliendo la perfecta voluntad de Dios (leer 1ª corintios 15: 22, 45). Como dice la carta a los hebreos: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación…” hebreos 5: 8-9
En la esfera de esta nueva creación, (podríamos decir: nuevo génesis) todo aquel que está en Cristo, es una nueva creación en este segundo Adán, el cual es Jesucristo, y por lo tanto, recupera su propia inocencia (romanos 5:1) y su libre albedrío para con Dios. Pablo dice:
“De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” 1ª corintios 5:17
El estar en la esfera de Cristo, es estar en la nueva creación; de hecho, la palabra “criatura” en el texto puede ser traducida como “creación”. Es decir, significa estar en un nuevo génesis, recuperando la comunión con Dios, la inocencia y el libre albedrío, y todo, gracias a la obra de nuestro Señor Jesucristo.
En esta nueva creación en Cristo, se recupera la capacidad de obedecer a Dios y someterse a su voluntad. El Espíritu Santo que mora en cada creyente, redarguye de pecado y ayuda en la debilidad propia de la naturaleza adámica que aún comparte “habitación” en cada individuo que ha nacido de nuevo. Pedro dice: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer” 1ª Pedro 1:2. Esta palabra “obedecer” que está escrita como un verbo, en el original griego también nos permite interpretarla como sustantivo, es decir, “obediencia”. En otras palabras, el hijo de Dios pasa a una esfera de obediencia que ha de ser la característica de su comportamiento.
De la misma manera Pablo decía a los efesios: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” efesios 4:22-24. Este texto resume lo tratado en este articulo respecto a la antigua condición de pecado, y a la nueva en Cristo. El viejo hombre y la pasada manera de vivir, debe ser mortificada constantemente con la ayuda del Espíritu Santo que mora en cada creyente, y conforme a esa obediencia, transitar en la justicia y la santidad de la verdad. En una exhortación similar Pablo agrega:
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” colosenses 3: 9-10
En resumen, cuando un individuo nace de nuevo en Cristo, recupera el libre albedrío para obediencia a Dios, y poder transitar por la senda de su voluntad directa, la cual siempre es agradable y perfecta. Cada creyente tiene la demanda a la obediencia, y es de su expresa responsabilidad obedecer o desobedecer.
La soberanía de Dios
La biblia enseña de manera clara y categórica que Dios es soberano; lo que significa que Él hace lo que quiere, y que no necesita consejo de nadie. Por cierto, que este atributo privativo de Dios es uno de los mas resistidos por el ser humano. El hombre resiste un Dios sentado en su trono y ejerciendo desde allí plena soberanía.
La religión nos ha formado con un concepto de Dios muy disminuido y carente de potestad, a tal punto, que se enseña que Dios quiere salvar al pecador, pero no puede hacerlo, a menos que la criatura se digne a aceptarlo. Esto de verdad, no aparece en la biblia.
El salmista decía: “Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho” Salmos 115:3; “Todo lo que Jehová quiere, lo hace” Salmos 135:6. Y lo mismo ratifica Job diciendo: “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo” Job 23:13
Tres pasajes (entre muchos otros) que enseñan que Dios es soberano, y que Él siempre hace lo que quiere. Nada de lo que ocurra en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra esta fuera del alcance de su soberanía. Así como lo macro, también lo micro esta minuciosamente visado por la mano soberana de nuestro Dios. Jesús decía ni un pajarillo o un pelo de nuestra cabeza cae a tierra sin que el Dios soberano lo permita (Mateo 10:29-30).
Sin embargo, ante esta prerrogativa divina, la responsabilidad del hombre no es anulada. Es decir, seguimos siendo responsables de nuestro pecado y de nuestros actos. Nadie puede atribuir a Dios la responsabilidad de nuestro pecado y sus consecuencias. Aunque parezcan dos doctrinas irreconciliables, ambas son enseñadas en la biblia, y debemos creerlas y respetarlas.
Si pudiéramos enseñar y acatar sumisamente mas y mas la doctrina de la soberanía de Dios, nos ahorraríamos muchos problemas en lo personal y de modo colectivo como iglesia. Hoy por hoy, se ha eclipsado mucho esta doctrina, y cuanto más, en una era post moderna y de tanto humanismo que mana desde los pulpitos. Por consecuencia, los líderes han ido incorporando técnicas e ingredientes humanistas para dar mayor eficacia al evangelio. Ideas, tales como, el marketing, la política, la filosofía, la cultura y el arte, se han instalado en las perspectivas de iglesias que definitivamente abandonaron la doctrina de la soberanía de Dios.
Una cosa es enseñar intelectualmente lo que es la soberanía de Dios, pero otra cosa muy distinta es practicar y vivir abrazando esta doctrina. Un contundente ejemplo lo encontramos con un leproso que ruega al Señor por su sanidad:
“Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” Marcos 1: 40-41
Sin saberlo, el leproso estaba reconociendo que Jesús era soberano, y que dependía solo de Él, el sanarlo o no. ¿Quién le enseño al leproso esta doctrina? Sin duda, que el Espíritu de Dios siempre ha obrado en el corazón de quien Él quiera. La petición del leproso se inicia con la sumisa expresión “si quieres”, que revela la soberanía del Hijo de Dios. En una ocasión Jesús dijo: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida” Juan 5:21. El leproso fue sanado, no por méritos, ni menos por un reclamo o un decreto del pecador hacia Dios, como hoy día se enseña insolentemente, sino que Jesús dijo: “Quiero, sé limpio”. Y no podía ser de otra forma porque la doctrina que recorre las santas escrituras es esta:
“Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” romanos 9: 15-16
La responsabilidad del hombre
El texto de filipenses 2: 12-13 es muy apropiado para tratar este punto. Pablo comienza hablando de la obediencia primero, y luego culmina diciendo que Dios es el que produce en el creyente tanto el querer como el hacer. Sin embargo, suele ocurrir que algunos confunden o deliberadamente ignoran que el hijo de Dios sí tiene una responsabilidad en su vida espiritual de manera individual y como iglesia; pretendiendo justificar su desobediencia y su elusión a las responsabilidades en aquel vago concepto que manejan sobre la soberanía de Dios. Algunos dicen: “Dios es soberano y él sabe cuando me va a usar y va a poner el deseo en mi corazón para hacer eso o aquello…:” Esto me hace recordar a Moisés dirigiendo al pueblo de Israel por el desierto; por un lado, estaba el mar rojo y por el otro los egipcios que se acercaban. Moisés dijo:
“Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos. Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco” éxodo 14: 14-16
En este texto descubrimos a un Moisés confiado en la provisión del soberano Dios, pero descuidando su propia responsabilidad de avanzar. Dios le dice: “¿por qué clamas a mí? Moisés debía confiar en Dios y avanzar, es decir, soberanía y responsabilidad.
La verdad es que hay momentos y situaciones tan explicitas y evidentes en las que no necesitamos pedir claridad en oración, sino que simplemente actuar. Guardando las proporciones de los eventos portentosos del éxodo con Moisés, por ejemplo, si usted ve una necesidad en la iglesia, y que está al alcance de sus posibilidades aportar para la solución, usted debe hacerlo. Sería absurdo orar para que Dios le confirme, en su soberanía, si es su voluntad tomar una escoba y barrer la cocina, cambiar una ampolleta de luz quemada, zurcir una cortina o cortar el pasto del jardín. Quizás estos ejemplos son muy burdos, pero nos ayudan a entender que nunca debemos eludir nuestras responsabilidades. Es cierto, Dios produce en nosotros tanto “el querer como el hacer” , pero es nuestra responsabilidad obedecer primero.
La carta a los hebreos nos enseña la tan importante definición de lo que es la verdadera fe. Allí se nos dice que: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” hebreos 11:1
Tal descripción esta compuesta por dos cuerpos. Primero la certeza o sustancia de lo que se espera, y segundo, la convicción o demostración de lo que no se ve. En palabras simples, la fe es la esencia de nuestra esperanza y la demostración de que hemos creído en lo invisible. Bien sabemos que hemos creído a aquel a quien no hemos visto, y que además damos testimonio de haber creído en él. La esperanza de vida eterna y nuestro testimonio, mientras dure nuestra estadía acá en la tierra, es lo que demostrará la verdadera fe. No basta solo con hablar de Dios y de su soberanía, sino que es necesario dar testimonio vivencial de nuestra fe.
Allí se muestran varios ejemplos sobre personajes bíblicos que dieron testimonio de haber creído; Abel, Enoc, Noe, Abraham, Moisés, etc., que anduvieron por fe y creyeron por fe. Es decir, no solo profesaban las virtudes del Dios Todo poderoso, sino que, con sus propias vidas daban testimonio de que habían creído legítimamente en El Soberano.
Santiago escribe una epístola en donde abunda la fe que se demuestra a través del testimonio y obras de cada creyente, es decir, soberanía y responsabilidad son dos columnas que conviven en el trayecto de todo peregrino que viaja hacia su patria celestial. Por ejemplo, en esa epístola se dice: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era” Santiago 1: 22-24
La palabra de Dios no solo se debe amar, leer o escuchar, sino que la demanda es obedecerla; ser hacedores de la misma. De lo contrario, Dios dice que seremos como aquel insensato que fácilmente olvida su rostro al no mirarse constantemente en el espejo. La responsabilidad de todo creyente es trabajar en su obra, y no para ser salvos (como lo diría la religión), sino que porque ya somos salvos. Santiago llega a decir: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” Santiago 2: 17
En cuanto a la responsabilidad humana, el estar firme en la gracia de Dios, nunca se debe transformar en una vida estéril e inanimada, y menos escudándose en la soberanía de Dios, sino que cada creyente debe esforzarse en servir y trabajar para la gloria de Dios. Pablo le dice a Timoteo:
“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús… El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero… Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” 2ª Timoteo 2: 1-15
Sea nuestro ruego al Señor de la mies que envíe obreros a su mies (Mateo 9:38), y que adoremos al Soberano, a Dios que tiene todo bajo control, pero simultáneamente cumpliendo nuestras responsabilidades, sirviéndole a Él con todas nuestras limitaciones y flaquezas, sabiendo siempre que nuestro trabajo en El Señor no es en vano (2ª corintios 15:58)
Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos ayude en este importante tema. Que así sea. Amén.
PEL 11/2024
Mi responsabilidad ante el Señor es Santificarme para El. Separarme, crixifixarme al mundo para Dios
Mi vida debe reflejar el caracter de Dios. Debo esforzarme para vivir apartado del pecado, del mundo y de las obras de la carne. Dios en su soberanía me eligió en la eternidad pasada y y en los tiempos me llamo al Evangelio de la gracia. Del prepararme en santidad para estar con el Señor en la Eternidad futura. Oración y lectura y reflexión de la palabra me harán más santo. Amennn