“…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” Filipenses 2:13

En cierto modo descubrimos que a través de estos dos verbos,  DEBER y QUERER,  se revela la esencia de ambas naturalezas que todos los creyentes tenemos; me refiero a la antigua naturaleza carnal aún con la presencia del pecado, y la nueva naturaleza y creación en Cristo Jesús. La primera anda por obras, la segunda por la gracia de Dios, una honra al hombre, pero la otra honra solo a Dios. La naturaleza caída del hombre siempre ha insistido en elevar el “deber” de agradar a Dios por medio de esfuerzos humanos y largas faenas coronadas mediante litros de sudor. Ahí tenemos el tristemente célebre caso de Caín, el primer fiel religioso que ofreció el sacrificio de sus manos para agradar a Dios.

 “Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová….pero Dios no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” Génesis 4: 3 y 5

Por muchos años ha sido la pregunta, ¿Por qué Dios no aceptó la ofrenda de Caín? Debemos recordar que Caín cumplió con entregar una ofrenda; él era un devoto religioso y muy distinto a lo que la gente piensa, Él hasta ese entonces no era un asesino, sino que un hombre de trabajo y observante de una religión. Él se esmeró en entregar de lo mejor a Dios, pero como sabemos, todo su esfuerzo no fue recibido con agrado por Dios.

Evidentemente, y  por el testimonio del resto de la enseñanza que entrega la santa escritura, el verbo que movió a Caín fue el “deber” de hacer algo, que es la clásica actitud que mueve nuestro corazón religioso. La religión cualquiera sea el nombre, presenta una secuencia diametralmente opuesta a la fe genuina y legítima. En la religión es el hombre quien busca a Dios y quien presenta los méritos y la decisión necesaria de manera de establecer y mantener un pacto bilateral. Al  fin de todo, es el hombre quien se lleva los créditos y la honra. Por el contrario, la biblia enseña que es Dios quien por su gracia y misericordia, busca al hombre muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1),  y es Él quien decide establecer y preservar soberanamente un pacto unilateral o incondicional con el pecador, de manera que la gloria es exclusivamente de Dios y no del hombre.

“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” Judas 24-25

La religión “debe” reunirse en sus capillas, templos, mezquitas, sinagogas, etc. para rendirle culto a sus dioses. De esta manera cada fiel devoto concibe en su mente y corazón que se está haciendo merecedor de los favores divinos, no por la bondad de la divinidad, sino que por la fidelidad del hombre que cumple las demandas o sacramentos que cada religión impone. Muchos hombres hacen cosas porque “deben” hacerlas.

Por ejemplo, el apóstol Pablo presenta algunos ejemplos de religiosidad tan similar como el primer religioso de la creación, Caín.

“Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” 1 Corintios 13: 3

Este texto nos permite inferir que es posible hacer “buenas obras”, pero que delante de Dios no necesariamente son bien recibidas. En el  caso de este ejemplo, es la carencia del legítimo amor que valida una obra de esa envergadura; no es solo el hecho, sino que la motivación del mismo,  la que lo legitima. Si en la vida de un hombre no está el verdadero amor que solamente Dios lo puede poner en un ser humano mediante la regeneración y conversión, por más que la persona se esfuerce haciendo “buenas obras”, de nada le sirve. Alguien podría hacer muchas cosas que a la vista de los hombres son nobles y ejemplares, pero la motivación de las mismas no son legítimas delante de Dios. Es justamente la verdadera intención del verbo “deber” que declara la legitimidad de hacer algo para la vanagloria humana o para la gloria de Dios. En otras palabras, es necesario analizar si hacemos una “buena obra” solo porque tenemos el “deber” de hacerla. No existe ninguna buena obra que  se haya hecho solo por el “deber” de hacerla que sea bien recibida por Dios. Así lo declara el profeta Isaías:

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” Isaías 64:7

Recuerdo la clásica frase del afamado cura jesuita llevado a los altares de Roma, Alberto Hurtado,  quien en pro de los pobres decía frecuentemente: “…hay que dar hasta que duela”, quizá sea ese el más nítido de los axiomas humanos que impulsa a  hacer obras por el solo “deber” de hacerlas para su propia vanagloria. Mientras la religión insiste insolentemente en el “deber” de hacer obras para salvarse, la infalible Palabra de Dios  advierte con mucha precisión que la salvación no es por obras para que nadie se gloríe.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” Efesios 2:8-9

La biblia se encarga de reforzarnos la verdad,  respecto a que la salvación otorgada por Dios como un regalo desmerecido hacia el pecador, nunca fue motivada por obras o acciones que el ser humano pudiese haber hecho aplicando el imperativo “deber” de hacerlas. El hombre se esmera por hacer obras porque “debe” hacerlas, pero no “quiere” hacerlas. Es por esa razón, que un hombre religioso se mueve a través solo de los sacrificios y esfuerzos humanos. No importa el tiempo, el dinero o el agotamiento físico; lo único que se busca es sentirse merecedor de las mercedes de Dios a cambio del “deber” de hacer buenas acciones. Así lo aprendimos de nuestros Padres,  y eso es lo que el hombre enseña a sus hijos desde la cuna, en la escuela y en la sociedad en general.

Pero Dios habla muy distinto en su Palabra; aquella que el hombre no desea escuchar ni menos guardar. La Salvación no es por obras que el hombre “deba” hacer, sino que por su misericordia.

“…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” Tito 3:5

“Por tanto, dejando las doctrinas elementales de Cristo, sigamos adelante hasta la madurez; sin poner de nuevo el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios” Hebreos 6:1

Toda obra que el hombre pretenda presentar como sustituto de la sangre preciosa de Cristo, la biblia la califica como “obras muertas”. El solo “deber” del ser humano no será lo que lo salvará, sino que la gracia de Dios por medio de la fe del Señor Jesucristo. Si hay algo elemental que Dios pone en cada corazón de un individuo regenerado y convertido por la gracia, es justamente la claridad de que no hay nada que nosotros podamos hacer o dejemos de hacer, que nos haga merecedores de la vida eterna. Aquel “deber” de hacer cosas para pretender salvarnos y presentar méritos delante de  Dios Santo y Todopoderoso, muere el día de nuestra conversión. De ahí en adelante comienza a conjugarse un nuevo verbo en nuestra nueva vida en Cristo:  el “querer”.

Dios por su buena voluntad, pone en nosotros el “querer”,  que supera con creces la acción del solo sacrificio humano resumido en un “deber”. Este juego de palabras, se hace más claro cuando meditamos en lo que significa la nueva vida en Cristo Jesús.

Antes de conocerlo a Él, toda nuestra vida giraba en torno al imperativo “deber” de hacer las cosas. “Debíamos” obedecer a la religión, “debíamos” cumplir los sacramentos para ser salvos, “debíamos” leer la biblia para purgar nuestros pecados, “debíamos”  confesar nuestros pecados a  otro pecador para recibir la absolución de los mismos, etc. etc.

Pero en Cristo todo cambia. El creyente no lee la Biblia por el solo deber de hacerlo, sino que porque quiere hacerlo; No va a las reuniones de iglesia porque deba hacerlo, sino porque quiere hacerlo; No se aparta del mundo y odia el pecado porque debe hacerlo, sino porque quiere hacerlo; es porque en aquel hijo de Dios hay una nueva naturaleza que se opone a la antigua,  viciada y caída por el pecado.  Y esa acción de querer agradar al Señor, no es parte de la natural voluntad humana, sino que es la potencia del Espíritu Santo que viene a morar en cada creyente, de manera que la fidelidad de un individuo que obedece y que agrada a Dios, no es para su propia gloria, sino que como todas las cosas, es para la gloria de Dios quien pone en nosotros el “querer” como el hacer por su buena voluntad.

“…más doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel” 1 Corintios 7:25

En este pasaje, el apóstol Pablo reconoce que su propia fidelidad es obra de la misericordia de Dios, quien ha depositado en cada creyente el “querer” para ser fiel.

El serio problema de caminar motivado por el solo “deber” de hacer cosas para pretender ganarse el favor de Dios cual devoto Caín, es el choque frontal con la gracia de Dios. La gracia de Dios nos enseña que Ud. y Yo no podemos hacer nada como para satisfacer la colosal justicia de Dios, y que no nos queda otra alternativa que renunciar a la soberbia pretensión del “deber” de obrar para salvarnos. ¿Cuántas personas hemos conocido en la historia que dieron su vida,  haciendo buenas obras cumpliendo el “deber” de hacerlas? ¿Cuántas personas en la actualidad cumplen irreprensiblemente códigos e inventarios religiosos solo por el  “deber” de  hacerlos? Existe una cantidad importante de personas que hacen obras porque deben hacerlas, y no, porque quieren hacerlas. Asisten regularmente a  una iglesia, oran o cantan, bendicen los alimentos, viven estilos de vidas ordenadas, pero no han nacido de nuevo. El tema que inunda sus corazones, no es Cristo, sino que sus propias justicias. El “deber” o el “querer” es lo que nos permite separar la religión de la relación con Dios.  En estos dos verbos se revela quien es creyente y quién no.  No estoy diciendo quien es bueno o quien es malo, ni quien es sincero o quien no lo es; simplemente podemos definir con el verbo “deber” o el verbo “querer”, quien hace las cosas para ganarse el favor de Dios o quien hace las cosas porque ya ha sido salvo por la gracia de Dios.

Un ejemplo concreto lo tenemos en el propio apóstol Pablo. Él fue Saulo de Tarso, aquel rabino formado en el legalismo de los fariseos y constituido un acérrimo perseguidor de la iglesia. Él consintió la lapidación de Esteban, el primer mártir del cristianismo (Hech. 6: 8-15 / 7: 1-60 / 8:1-3). No obstante, la gracia de Dios, transformó a este hombre quien pudo dejar su propio testimonio de lo que era en la religión y de lo que Dios hizo una vez producida su conversión.

“Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” Filipenses 3: 4-6

Pablo declara que en su tiempo como religioso llegó a ser irreprensible. En otras palabras, esta declaración nos permite entender que una persona que cumple con el “deber” que su religión le impone puede llegar a ser irreprensible; pero solo para con los hombres quienes  juzgan lo que ven, mas no para con Dios quien juzga el corazón. No en vano el Señor Jesucristo decía:

“Eviten el hacer sus buenas obras delante de los hombres, para que ellos les vean; de otra manera no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos. Cuando, pues, hagas obras de misericordia, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; les aseguro que ellos ya tienen su recompensa” Mateo 6: 1-2

Todo aquel que cumple con el “deber” que la religión le impone obtiene  lo que busca, es decir, la recompensa del reconocimiento de los hombres. La religión cualquiera que esta sea opera en el “deber” para su propia vanagloria y no para la gloria de Dios. Por eso Pablo enseña que luego de su conversión,  todo cambió en su propia perspectiva:

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” Filipenses 3: 7-8

La gracia de Dios le permite entender al hombre pecador que la salvación no depende de cumplir lo que se “deba” hacer, sino que hacer lo que se “quiere” hacer. Y ese “querer” lo ha puesto el Espíritu Santo en cada creyente. De ahí las palabras de Pablo cuando habla de esta continua lucha que solo la vive el creyente; entre la vieja naturaleza y la nueva creación en Cristo. El Espíritu Santo ha puesto el “querer” hacer el bien, pero nuestra antigua naturaleza se opone a aquello.

“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” Romanos 7:18

Por esa razón, la gracia de Dios también nos ayuda en esta debilidad y pone además del “querer”, el “hacer”, y todo, por su buena voluntad, de manera que cuando obramos conforme a la voluntad de Dios y lo honramos  con nuestros actos, debemos entender que la gloria no es nuestra, sino que solo de Él, ya que ha sido su Santo Espíritu quien ha producido aquellos frutos. Esto nos permite entender porque Dios recibió con agrado la ofrenda de Abel; quien  reconoció que en sí mismo no había nada meritorio ni de valor que pudiera ser aceptado como ofrenda delante del Soberano, por lo tanto, ofreció aquel sustituto inocente que llevaba sus propias  culpas al altar del  sacrificio, figura sin duda de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en el altar de la cruz del Gólgota.

“Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda” Génesis 4: 4

Otro ejemplo lo encontramos en la experiencia de las iglesias de Macedonia. Aquellos hermanos eran muy pobres, sin embargo, la gracia de Dios les movió a “querer” hacer una ofrenda para otros hermanos  necesitados.

“Asimismo, hermanos, os hacemos conocer la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” 2 Corintios 8:1-4

En las iglesias de Jerusalén hubo bastante necesidad y fue en ese escenario cuando la gracia de Dios permitió el establecimiento de la ofrenda para los santos. Nótese que esta actividad que es parte de las formas en  la mayoría de las iglesias actuales, no nació como una arbitrariedad litúrgica u homologación de la costumbre Judía de apartar los diezmos, sino que aparece como una actitud espontanea impulsada por la gracia de Dios. El apóstol dice “os hacemos conocer la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia” (2 Cor. 8:1). Es Dios quien pone el “querer” para su gloria, por esa razón, debemos examinarnos y descubrir si ahora estamos haciendo algo “para el Señor” por el solo “deber” de hacerlo. Los hermanos de Macedonia fijaron un precedente, y  que Pablo se los presenta a los Corintios cuando les dice:

“Y en esto doy mi consejo; porque esto os conviene a vosotros, que comenzasteis antes, no sólo a hacerlo, sino también a quererlo, desde el año pasado” 2 Corintios 8: 10

Lo que Pablo les está enseñando, es justamente lo que hemos estado tratando en este artículo. La experiencia de los Macedonios fue obra de la gracia de Dios, por lo tanto, en los Corintios la situación no solo iba a quedar en “hacer” algo, sino que también en “quererlo”.

Nuestra vida de cristiano debe ser un constante seguir la dirección soberana del viento, recordando las palabras de Jesús dadas a Nicodemo respecto  del Espíritu Santo. A veces pretendemos encasillar la gracia de Dios en medio de dogmas e inventarios interminables que “deben” cumplirse supuestamente para agradar a Dios. Esto me hace recordar a las hermanas María y Marta, quienes junto a Lázaro eran amigos entrañables de nuestro Señor Jesucristo. Marta proyecta con su vida el “deber” de hacer cosas para agradar al Señor, pero María escoge la buena parte y se quedó a los pies de Cristo. Mientras vemos a Marta afanada sirviendo, a María la vemos adorando.

“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.  Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” Lucas 10:38-42

Amados hermanos, que la gracia de Dios nos ayude a descubrir si lo que estamos haciendo es motivado por el solo “deber” de hacerlo o porque realmente “queremos” hacerlo. En el contexto de lo que hemos trazado en este pequeño artículo, se desprende que el solo “deber” es para nuestra vanagloria frente a los hombres, pero si el “querer” está en nosotros, todo lo que hagamos será para al gloria de Dios, porque él es el que pone en nosotros el “querer” como el “hacer” por su buena voluntad (Fil. 2:13) A Él sea la gloria.

Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos guíe en este sensible tema. Que así sea, amén.

PEL 11/2013

Categorías: Devocional

7 comentarios

Rodolfo · 11 de diciembre de 2013 a las 23:17

Muchas gracias doy a mi Dios y Padre Celestial y a mi Señor y Salvador Jesucristo por su palabra y enseñanzas.

Ruego a mi Dios me guíe a descubrir si lo que hago es por «deber» o por «querer», y le ruego a mi Dios ponga en mi el querer como el hacer, por su buena voluntad. Asi sea Amén.

    JAEL M. · 23 de enero de 2014 a las 11:37

    Gloria a Dios por sus mensajes amado pastor son pocos los predicadores, que estan presentando la verdadera voz del evangelio, por supuesto que Dios nos sigue hablando a traves de su palabra y usa personas como ud. he aprendido mucho con sus valiosos estudios,Paz y gracia que solo Cristo nos DA.

freddy · 12 de enero de 2014 a las 15:32

Ya que hablan del padre hurtado, s. Teresita decia todas nuestras obras estan manchadas por el yo, hay que entregar esas obras al Senor para no creer que nos pertenecen. Les recomiendo las florecillas de san francisco de asis, se eclipsaba tanto del muchas gracias de los hombres que en una ocasion huyo a otra ciudad para no llevarse el credito y el Padre celestial lo premiara unicamente en el cielo. Ay de los halagos de los hombres, bien que Jesus conocia nuestros corazones y no necesitaba que nadie le explicara de otro, solo Jesus y su Padre deben saber. Como se dice popularmente que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda, por eso los santos se ocultaban. El que recibe halagos y aplausos en esta tierra yz tiene su recompensa, pobres los que ganan un Oscar y se los eleva en vida, consejo huir de ser visto, es vivir contrario a lo que ensenan en tv, eso de andar como pavos reales, lo contrario es ser ninos ante Dios, el nino no sabe nada, juega con cuLquier nino y se aferra con unas y dientes a los pelitos de la nuca de la mama y sabe hacer destrezas con la otra mano. Observemos a los ninos en su sencillez.

cesar · 14 de enero de 2014 a las 01:50

Bendito el Señor, que se esta enseñando la palabra de verdad libre del espíritu de error, que es la religiosidad manifiesta en muchos hijos, porla falta de la renovación del entendimiento, las BUENAS obras del alma no agradan al Señor porque su fin es que se engrandezca el ego, a diferencia con las obras que se originan en el Espíritu y se ejecutan atreves del alma esas son gratas al Señor

Juan · 25 de marzo de 2016 a las 19:04

Muchas Gracias

Ichsrael · 26 de junio de 2016 a las 08:39

Muchas gracias por su extraordinaria información.

Romina Díaz · 22 de enero de 2018 a las 22:11

Hermoso tema hno Pablo , me fue de utilidad , gracias

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