“Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” Eclesiastés 2:11
Nunca me he olvidado de una persona que dijo que el libro de Eclesiastés se asemejaba a las memorias de un viejo amargado. Ciertamente para el humanismo, cuyo centro es el hombre que vive a espaldas de Dios, las palabras de Salomón caen mal y son catalogadas como el fruto de “una baja autoestima”; eso suelen decir los sociólogos o psicólogos.
Pero para nosotros, los hijos de Dios que hemos sido constituidos como peregrinos y extranjeros en esta tierra, dichas palabras son el consuelo y a la vez el impulso a alzar nuestra mirada hacia el cielo, anhelando con más fuerza la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
En la cristiandad actual existen dos grandes grupos. Están aquellos que pregonan estar viviendo en medio de un gran avivamiento, y sus esfuerzos apuntan a la conquista del mundo para establecer el reino de Dios aquí y ahora. Se han olvidado del arrebatamiento de la iglesia y de los juicios advertidos al mundo.
Por otra parte, están los que han renunciado al clero y a la pomposidad de este mundo. Ya no les importa el nombre, ni las conquistas que pudieran establecer en este mundo. No les cautiva hacer tesoros en esta tierra, porque saben que la polilla y el orín los corromperá tarde o temprano. Estos son aquella minoría que se reúne al filo de la legalidad, no existen jurídicamente , ni tampoco les interesa ser aprobado o validados por los “Nerones” o “Constantinos” contemporáneos.
Amados hermanos, nosotros no debemos afanarnos debajo del sol, centrando nuestras energías en tener más o ser más; no esperemos que el mundo nos reconozca y nos valide. Levantemos nuestra cabeza y nuestra frente hacia el cielo porque nuestra redención no tarda.
PEL2005