No basta solo con el conocimiento
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” HECHOS 2:42
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Este es uno de los textos que nos permite entender que la actividad de la iglesia primitiva se sostenía en cuatro “pilares”, y en eso, los creyentes perseveraban. La doctrina apostólica, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y las oraciones. Podríamos decir que, si falta cualquiera de estas actividades, la “mesa” cojea, por tal razón, es necesario perseverar en todas y cada una de ellas sin excepción. Recordemos además que la palabra perseverar, y que por lo demás, era una característica de la iglesia primitiva, alude a la idea de hacerse fuerte ante la adversidad o el desánimo. El vocablo griego usado, indica la idea de demostrar una fuerza constante. Una fuerza que prevalece de manera consistente, es decir, prevalecer a pesar de las dificultades; permanecer firmes y continuar en una dirección fija. Esto era una característica de los hermanos del primer siglo, pero hoy escasean convicciones como estas.
Lo que indica el texto selecto, es que la doctrina apostólica se refiere al estudio de la Palabra de Dios. La comunión habla de la relación de congregación que debe existir entre los hermanos que comparten cada reunión, además del propio y voluntario compromiso con su iglesia local. El partimiento del pan corresponde a la reunión de conmemoración que se conoce además como la cena del Señor, y finalmente las oraciones congregacionales colectivas que se realizan en las reuniones de cada iglesia. Es decir, cuatro pilares fundamentales en la actividad de cada iglesia local.
En esta oportunidad, vamos a reflexionar exclusivamente sobre la necesidad de reforzar la comunión de iglesia, la cual ha sido profundamente dañada, y una de las causas, ha sido la proliferación de las redes sociales y la circulación de un sinnúmero de predicadores con diversas enseñanzas, que se han transformado en “pastores” virtuales, y que, en lugar de llamar a los hermanos a congregarse en sus propias iglesias locales, algunos sin darse cuenta, están socavando la importancia de la presencialidad que debe practicar la iglesia. Porque no basta solo con aumentar el conocimiento de la Palabra de Dios y satisfacer curiosidades, sino que es muy necesario practicar y perseverar en la comunión. La virtualidad que muchos buscan nunca podrá sustituir la comunión real y presencial de los hermanos en una congregación.
Hoy, en tiempos de “comezón de oír”, tal cual lo advirtió Pablo a Timoteo (2ª Timoteo 4: 3), muchas personas han abandonado sus iglesias locales para crear sus propias “asambleas virtuales” con sus teléfonos o computadores, en el escritorio y en sus hogares, contemplando en una pantalla a mas de algún predicador elocuente, y que deliberadamente lo transforman en su “pastor” cibernético, quienes no pastorean ovejas, porque no tienen contacto con ellas. Ellos solo dispensan sermones y enseñanzas, pero sin ninguna posibilidad de experimentar los cuidados y preocupación que el rebaño necesita de manera real. Este fenómeno se hizo mas fuerte a partir del pasado confinamiento del año 2020 a causa del llamado virus COVID19, cuyas medidas sanitarias de los gobiernos, impulsaron la vida virtual y el abandono sistemático de la presencialidad social. Esto afectó profundamente la comunión en las iglesias.
Sin embargo, todo esto pareciera que resultó ser el pretexto perfecto para aquellos que nunca han perseverado en la comunión de una iglesia, sino que siempre fueron solo asistentes esporádicos, y buscadores de conferencias bíblicas para aumentar su conocimiento y la satisfacción de responder a miles de curiosidades bíblicas o misterios que producen la comezón de oír. A ellos no les interesa tener hermanos, saber de sus problemas y colaborar con la perseverancia de la comunión, ya que solo conciben la vida cristiana, como una frívola idea de erudición teológica que calienta sus cabezas, pero que enfría dramáticamente sus corazones.
Ellos se justifican en buscar, cual abeja que extrae néctar de flor en flor, solo el conocimiento y nada más. Pero bien sabemos que no basta solo con el conocimiento de la Palabra de Dios. ¿Cómo podríamos ejercitar, por ejemplo, el amor fraternal, los dones espirituales, el perdón, la paciencia y la ayuda mutua, si no, exclusivamente a través de perseverar en la comunión de una iglesia local? Sin la comunión no podemos servir. Nuestro Señor Jesucristo dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” Juan 13:35. No basta solo con el conocimiento.
Hay personas de iglesias que saben mucho de la biblia, pero muy poco de las necesidades espirituales y materiales de los hermanos. Hay quienes se recrean en una presumida erudición, pero nunca han experimentado la preocupación y desvelo por los problemas de una iglesia. Pablo decía: “…y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” 2ª Corintios 11:28. ¡Esto sí que es tener y estar en comunión!
¿Qué es la comunión?
La palabra “comunión” que aparece en hechos 2:42, deriva del vocablo griego “koinonia”, que también es usado como transliteración al español, y que denota la idea de una “unión común”. Es una vida en compañía de los hermanos en Cristo; cuyos intereses y perspectivas están vinculados de manera común. Es decir, una misma mirada, unas mismas palabras y hasta una misma manera de pensar; lo que se logra exclusivamente mediante el sometimiento a los preceptos bíblicos. Pablo dice:
“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” 1ª Corintios 1: 9-10
El pasaje nos enseña que el llamamiento de Dios, primeramente, nos lleva a la comunión con su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, sin la cual, es imposible que exista comunión entre los miembros de una congregación. Una vez que El Espíritu Santo nos pone en Cristo (1ª Corintios 12:13), solo entonces tenemos comunión con Cristo, y por consecuencia, podemos tener comunión unos con otros. Y esta comunión nos impulsa a hablar una misma cosa, con un mismo parecer y hasta una misma mente.
También el texto nos llama eliminar las divisiones entre los hermanos, por tal razón, es muy necesario que siempre estemos velando por nosotros mismos y por los demás, de modo de cautelar diligentemente la comunión de la iglesia, para actuar oportunamente cuando esta, esté bajo ataque. Recordemos que satanás siempre actúa, de modo inicial, desarticulando y socavando la comunión de los hermanos, para luego causar daños mayores. Nunca olvidemos que la comunión sana de una iglesia cuesta trabajo y tiempo en construirla, pero no cuesta nada destruirla.
El perseverar en la comunión, nos permite estar unánimes, es decir, con un mismo ánimo, con una misma perspectiva de vida y esperanza. Los primeros cristianos estaban unánimes orando y esperando la llegada del Espíritu Santo (hechos 1:14). El día en que la promesa de la llegada del Espíritu Santo se hizo una realidad, los hermanos estaban “todos unánimes juntos” (hechos 2:1), y pesar de que, luego que la iglesia iniciaba sus primeros pasos, vinieron dificultades y persecución, los hermanos oraban unánimes al Soberano (hechos 4: 24). La unanimidad es fruto de la comunión, y en eso debemos perseverar. Pablo decía:
“Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” Filipenses 1: 27.
El apóstol hace un llamado desde la cárcel a los hermanos de Filipos, a que estén “firmes en un mismo espíritu” y “combatiendo unánimes”. Esto nos advierte que la vida del creyente es una constante lucha contra la adversidad y nuestros enemigos (satanás, el mundo y nosotros mismos). Cuando nos fortalecemos en el poder de su fuerza (efesios 6:10), solo entonces podemos estar unánimes en esta perspectiva de lucha y combate. Si olvidamos textos bíblicos que nos advierten que, al creyente, no solo se le ha concedido que crea en El Señor, sino que también padezca por Él (filipenses 1:29), no podríamos estar unánimes combatiendo por la fe del evangelio; y en especial en estos días cuando una gran multitud dice que “la iglesia” está en gloria, empoderada, en avivamiento y cosecha. La unanimidad es fruto de la comunión sobre la base de lo que la biblia enseña. Fuera de ese marco, no puede haber comunión ni unanimidad.
¿Amistad o comunión?
Una de la razones de algunos que asisten a una iglesia, es ver a sus amigos. Esa es la razón del porque que permanecen largo tiempo en congregaciones, pero sin ver crecimiento y madurez. El solo ver a sus amistades y compartir con ellas socialmente en el local de reunión es lo que los motiva. El estudio de la Palabra de Dios y su insistente llamado a la obediencia y a la consagración, siempre será la piedra de tope para personas que viven en esta perspectiva sostenida solo por una amistad natural.
Este es el gran riesgo y peligro cuando la amistad entre personas no está basada y sustentada en la comunión. Como bien sabemos, la comunión a la cual la biblia nos llama a perseverar (Hechos 2:42), solo se logra sobre la base de La Palabra de Dios, y nunca puede sostenerse en una mera amistad natural con personas de intereses afines. Es más, este tipo de amistad crea división y parcialidad en la iglesia a tal punto, que toda vez que sea necesaria la amonestación, reprensión o disciplina dentro de la iglesia, prevalecerá la fidelidad de aquella amistad natural que se nutre de un amor también natural (no bíblico), pero con un rechazo inalterable a aceptar fielmente la verdad que presenta la infalible Palabra de Dios. Es decir, la amistad natural se sobrepone a la verdad de la biblia.
Muchas veces la iglesia ha pasado a ser, de un lugar en donde los oyentes se van a nutrir de la Palabra del Señor, a un salón de reunión social donde las personas conversan acerca de sus vivencias seculares, de sus proyectos personales y de vanidades, sin observar ninguna evidencia de conversión. En otras palabras, son personas naturales con buen estilo de vida; que no beben, que no fuman, etc., pero que no han nacido de nuevo. De este estereotipo de cristianos están llenas las iglesias. Tristemente se observa que estas personas buscan iglesias como fuente de relaciones humanas y sociales con un barniz cristiano para enmascarar la frivolidad de sus intereses puramente terrenales. Una vez que las amistades dejan de serlo, entonces se acaba el interés por asistir a la iglesia.
La comunión está bajo ataque
Hoy la comunión esta bajo ataque. Y es tan importante la comunión, porque se transforma en el núcleo de la relación entre creyentes. Una “iglesia” puede tener toda la infraestructura y tecnología del mundo; puede tener la teología más elevada; puede tener una membresía multitudinaria, pero si carece de comunión, es lo mismo que un cuerpo sin alma. Es como ser parte de la tristemente célebre iglesia en Laodicea (apocalipsis 3: 14-22) en donde el Señor está afuera. Es como una casa con una familia prospera y con lujos, pero sin la calidez de un hogar.
La comunión es la esencia de la familia de la fe (gálatas 6:10) Es lo que permite que seres pecadores perdonados como todos nosotros, se reúnan en una especie de “oasis” en medio del desierto, en donde primeramente sean conocidos los nombres propios de cada uno, porque ¿Puede acaso alguien conocer el nombre de todos y cada uno de aquellos que conforman las actuales multitudes llamadas iglesias? ¿Puede haber comunión verdadera en esos lugares, que más se asemejan a los mega centro de compras?
Satanás pacientemente fue leudando la masa de lo que en otro tiempo eran iglesias con comunión. Primero sembró en las mentes de nuevas generaciones de predicadores aquel germen del crecimiento de la iglesia y de la codicia; quienes actualmente enseñan que una iglesia debe crecer como un árbol frondoso para lo que ellos llaman “extensión del reino de Dios”. En otras palabras, es la antítesis de lo que Cristo enseñó en la parábola de la semilla de mostaza (Mateo 13: 31-32). Porque esa parábola advierte que, si la hortaliza crece como árbol frondoso, se transformará en nido de pájaros, y que el propio Señor lo interpreta como las huestes del diablo (Lucas 8: 5, 12).
Cuando una congregación crece desmedidamente, se pierde la comunión. Ya no es posible experimentar el amor fraternal y la vida como una familia de la fe. Se transforma en una robusta institución religiosa; con poder y recursos, pero sin comunión. Por lo tanto, no debería ser motivo de orgullo para aquellos que reúnen miles de personas para escuchar un sermón, pero que no experimentan la comunión real unos con otros. Y satanás lo sabe muy bien y allá apunta su estrategia.
Una de las estrategias actuales que esta utilizando el diablo para destruir la comunión, es enredar a los creyentes en los negocios de la vida (2ª Timoteo 2: 4), en la prosperidad y nociva comodidad. La prosperidad siempre va en dirección inversamente proporcional a la espiritualidad. No olvidemos que la iglesia mas gloriosa que registra la historia fue en el tiempo de una iglesia perseguida, ilegal y clandestina. Ellos no gustaron de lo que ahora goza la llamada iglesia del siglo XXI; ellos no tenían prosperidad, pero eran ricos en espiritualidad y comunión. Esa era la experiencia, por ejemplo, de las iglesias de Macedonia; hermanos paupérrimos en lo material, pero ricos en generosidad y gracia (2ª corintios 8: 1-2).
Esta idea falaz de una iglesia en constante crecimiento, prospera y empoderada, ha llevado a sus líderes a canjear la comunión, por fama y por el reconocimiento como una institución, porque, así como es imposible que los miembros de estas mega – corporaciones, conozcan al menos, los nombres de todos y cada una de las personas que componen esas instituciones, también es imposible que un pastor pueda cuidar un mega – rebaño. Esta idea de las mega – iglesias, es una doctrina que nació en los Estados Unidos, cuna de un capitalismo demencial arraigado también en un seminario teológico llamado Fuller de Pasadena California desde la década de los años 60 y 70. Esta institución, no solo estuvo marcada por su posición abiertamente ecuménica, sino que se ha caracterizado desde sus inicios, por combatir la posición fundamentalista de predicadores fieles al mensaje de la sola escritura, quienes fueron considerados como cismáticos y divisionistas, ya que se oponían a metodologías nuevas y vanguardistas para hacer crecer la iglesia; lo que se conoció como < pragmatismo >
Mientras los fundamentalistas presentaban sus discretas membresías fieles a la Palabra de Dios, y en comunión, los nuevos predicadores y estudiantes de las aulas del seminario Fuller, insistían ya en el incipiente concepto de mega iglesias. Era el asunto numérico y de crecimiento exponencial de las iglesias más relevantes que la comunión. Hoy muchos líderes evangélicos han postulado infinitas técnicas, ideas y procedimientos propios de la mercadotecnia, y que ya están enquistados en el centro de la llamada iglesia, pero sin comunión.
Sin Cristo en el centro, no hay comunión
La biblia revela a Dios como aquel que siempre ha querido morar en medio de los suyos, y no lejos de los suyos. Así se demuestra desde el génesis; en donde Dios mantenía una cercana y perfecta comunión con el hombre recién creado. Del mismo modo, vemos a Dios instruyendo a Moisés sobre la construcción del tabernáculo para que se transformara en la habitación del Todopoderoso morando en medio de su pueblo (éxodo 25:8). El propio Cristo dijo que donde hay dos o tres congregados en su nombre, allí Él promete su presencia en medio de ellos (Mateo 18:20). De ahí la profundidad de aquel nombre “Emanuel” mencionado por el profeta (Isaías 7:14) que significa “Dios con nosotros o Dios entre nosotros”, es decir, en una perfecta comunión con su pueblo.
Sin embargo, la biblia revela la existencia de una iglesia que, a pesar de tener todo lo material y el conocimiento, no gozaba de tener en medio al Señor Jesucristo. Es la tristemente célebre iglesia de Asia Menor en Laodicea, que de igual forma como la cristiandad actual, se jactaba de todo lo que tenía y de su prosperidad económica, pero no tenía lo esencial para ser llamada iglesia; gozar de la presencia del Señor. La biblia dice:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” Apocalipsis 3: 20
Que texto mas dramático. La iglesia adentro y La Cabeza de la iglesia afuera. ¿Qué sentido tiene tener vida religiosa, gozar de un templo espectacular, de infraestructura accesoria, de tecnología y conjuntos musicales de excelencia; sin gozar de la presencia del Señor en medio? Esto nos evoca la seria advertencia de Dios a su pueblo en apostasía:
“Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos” Amos 4:23
Reunirse sin que Cristo esté en medio, no tiene ningún sentido, porque sin Él no podemos gozar de la comunión. Él es quien permite que tengamos comunión con El Padre y entre los hermanos. Cristo es el fundamento de la comunión de la Iglesia. Sin Él, el edificio es sostenido solo con obras y recursos de los hombres, pero espiritualmente es un edificio en ruinas.
Cuando se revela que El Señor Jesucristo esta afuera y llama a salir a los suyos, no podemos sino resaltar la invitación que Él hace: “cenaré con él, y él conmigo”. Esta invitación a comer tiene una connotación muy especial en las escrituras, y en lo particular en consonancia con lo histórico y cultural. Porque no cualquiera entraba a una casa y gozaba de la intimidad y “comunión” de una cena. Cenar y comer con alguien, denotaba la idea de una profunda confianza y aprobación del dueño de casa. Era la comunión que establecía el anfitrión con su invitado.
La invitación a comer que El Señor le hace a aquellos que están atrapados en las “iglesias” sin comunión, no es, ni más ni menos, que un imperativo del Soberano para tener comunión con Él. Observamos en la biblia varias invitaciones a comer en esa perspectiva. Por ejemplo, Abraham invita a comer a aquella celestial comitiva presidida por el propio Señor en la imagen del Ángel de Jehová (génesis 18: 1-8). Lo mismo hizo su sobrino Lot cuando los ángeles llegaron a Sodoma (génesis 19: 1-3). Dios establece un rito de comunión mediante una cena llamada pascua (éxodo 12: 1-27). El Señor comió con pecadores (Mateo 9:10-11), y disfrutó comiendo aquella última pascua con sus discípulos (Lucas 22:15). Desde ese ritual exclusivamente judío, estableció la cena del Señor como reunión de conmemoración para la iglesia (1ª corintios 11: 23-26). Además, se descubre más de una parábola que tiene relación con cenar, en donde los “no invitados”, quedarán afuera (Lucas 12:37; 13:29; 14: 15-24) Es Dios quien establece, en Su Hijo, la comunión con los pecadores que Él ha escogido. Es Él quien adereza la mesa para sus amados (salmos 23:5).
Amados hermanos, la relación con los hermanos de una iglesia, no se sustenta solo aumentando el conocimiento de La Palabra de Dios, sino que es muy necesario perseverar y cautelar la comunión de la iglesia local hasta que El Señor nos venga a buscar. La comunión es una de las “patas” de la mesa donde se sustenta la actividad de toda iglesia, y si una de ellas falta, la mesa cojea y el alimento se desparrama. Por lo tanto, y al igual que la iglesia del primer siglo, perseveremos en la comunión de aquí y hasta que El Señor nos venga a buscar. Que así sea. Amén.
PEL 09/2024