EL SERMÓN DEL PADRE MCKENZIE

El Sermón del Padre McKenzie

Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó? Jeremías 23: 18

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 El poco ortodoxo título de este artículo nos evoca un personaje ficticio de la famosa canción del grupo musical inglés “Los Beatles” titulada: “Eleanor Rigby” grabada en el año 1966. En la letra aparece un tal “padre McKenzie” que escribía un sermón que nadie oiría.  La letra versa así: “Father McKenzie writing the words of a sermon that no one will hear”

Aunque el personaje es ficticio, la frase de la letra siempre se transforma en una verdadera sombra, que nubla la mente de más de algún predicador mientras prepara su mensaje para entregarlo a la iglesia en la próxima reunión.

La cruda realidad indica que solo el 20% del total de una predicación es lo que podría quedar en la memoria del oyente medio; el 80% restante se diluye entre pensamientos ajenos a la reunión, distracciones, desinterés, cansancio, déficit atencional, etc. La minoría atiende menos del 50% del sermón. Esto es así. Por lo tanto, para alguien que tiene que elaborar una predicación, debe aceptar esta realidad y armarse de aliento, en El Señor, para cumplir su soberana voluntad de enseñar todo su consejo (hechos 20:27).  En cuanto a esto, recordemos aquel imperativo que Dios le entregaba al profeta Ezequiel:

“Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos” Ezequiel 2: 4-5

Israel se caracterizó por su rebeldía constante al Señor, a pesar de las abundante advertencias de su Palabra entregada por sus siervos los profetas, y que muchos de ellos, fueron apedreados por decir la verdad. En todo caso, los creyentes de la iglesia en este tiempo son muy semejantes, por no decir iguales, al pueblo de Israel. La gente no quiere oír lo que Dios dice en su Palabra, y en especial, cuando esta nos exhorta, nos amonesta y nos reprende. Recordemos siempre que la multitud seguía al Señor para recibir solo “las bendiciones”, pero les ofendía su Palabra, sin embargo, siempre existe una minoría que está dispuesta a escucharla a pesar de su dureza (Juan 6: 60-68).

El gran estímulo de quien prepara una predicación para entregarla a la iglesia, radica en la garantía de presentar lo que la biblia dice, porque ciertamente allí sí que hay poder. Las sagradas escrituras están llenas de poder, y capacitadas para convertir al mas obstinado corazón. No en vano la biblia se autodefine como “espada de doble filo” (hebreos 4:12) capaz de convertir el alma (salmos 19:7). De tal manera que el predicador sale bendecido al preparar y entregar un sermón bíblico, porque es una Palabra viva y eficaz. Ese es el primer y gran estimulo que se traduce en una inyección de vitalidad para aquel, que sabe que nadie, o muy pocos lo oirán. Aquel trabajo nunca será en vano, porque es la administración de la infalible Palabra de Dios.

El texto que encabeza este artículo presenta un pasaje enmarcado en un tiempo de falsos profetas que presumían su visiones en los días de Jeremías. Soñadores y especuladores, a quienes la gente sí desea oír y prestarles atención. En ese ambiente, Dios le entrega a Jeremías una pregunta retorica que revela la escases de verdaderos profetas, situación muy vigente en nuestro días. Dios le dice:

“¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó?” Jeremías 23: 18

El predicador debe preparar su “sermón” en secreto; sin interferencias espurias. A puerta cerrada como decía El Señor (Mateo 6:6). Solo debe estar él, la biblia y su Señor. Nadie más. Por tal razón, la sombra del temor desmotivador, de que “nadie oirá el mensaje” debe desaparecer, y cuanto más, al momento de exponerlo a la iglesia.

En el pasaje citado, aparece dos veces el verbo “oír” conjugado en pasado: “Oyó”, y la pregunta se inicia con un pronombre relativo: “quién”, dando a entender que es una pregunta retórica, cuya respuesta nos indica la idea de que nadie, o muy pocos, oyen atentamente la Palabra de Dios. Esa realidad en los tiempos de Jeremías es la misma en nuestro tiempos. A pesar de la importancia del sentido del “oído”, muy pocos se aplican para oír atentamente la Palabra de Dios en cada reunión.

La biblia enseña que la fe viene por el oír, y el oír, por La Palabra de Dios (romanos 10:17), y que todo aquel que oye La Palabra, y le cree Dios y al Señor Jesucristo, tiene vida eterna (Juan 5:24). Pero también nos advierte que no todos oyeron ni creyeron (romanos 10:16), es más, aun creyentes son tardos para oír la Palabra de Dios, de ahí su escaso crecimiento y discernimiento espiritual (hebreos 5: 11-14).

A diferencia del “padre McKenzie” que escribe sermones que nadie oirá, los verdaderos predicadores deben seguir confiando que El Soberano Señor tiene poder para capturar la atención de quien Él quiera, y abrirle el corazón para que aquel mensaje, preparado en la soledad a puerta cerrada, caiga en “buena tierra” y lleve frutos para la gloria de Dios. Pablo mientras predicaba en Filipos a una multitud de mujeres, El Señor le abrió el corazón solo a una de ellas:

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” hechos 16:14

Aunque las estadísticas indiquen que una minoría oirá la predicación, nuestra confianza debe seguir estando puesta en las manos del misericordioso y Soberano Señor que abre el oído y compunge el corazón de quien quiera y cuando Él quiera. No en vano está escrito: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.  Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” romanos 9: 15-16

A Dios sea la gloria el imperio y potencia por los siglos de los siglos. Amén.

PEL 10/2024

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