NI YO TE CONDENO
“Ni yo te condeno; vete, y no peques más” Juan 8:11
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Es enorme el gozo que se produce cada vez que reflexionamos sobre el hecho de que Cristo nos ha librados de toda condenación. La biblia afirma con severidad que la paga del pecado es muerte (romanos 6: 23a), y que el ser humano no puede hacer nada para lograr la redención por sí mismo. La mácula del pecado nos condena, y no existe obra o esfuerzo humano que nos pueda librar de tal condenación. Si algo merecemos, es precisamente el ser condenados con el castigo eterno por causa de nuestro pecado.
El texto selecto que enmarca esta reflexión corresponde a aquel memorable episodio cuando los escribas y los fariseos le trajeron al Señor una mujer sorprendida en el mismo acto de adulterio. Era la prueba que necesitaban para acusarle, y de manera sagaz y capciosa lo expusieron.
En primer lugar, observamos la actitud propia de toda religión que acusa y condena, y que solo desea hacer cumplir su ley mediante el castigo implacable (Juan 8:3-5). No olvidemos que la ley de Moisés castigaba con pena capital el adulterio. La biblia dice: “si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” Levítico 20:10
Como bien sabemos, la ley no fue dada para salvar al hombre, sino que para condenarlo. Pablo llegó a decir que “la ley se introdujo para que el pecado abundase” romanos 5:20, de modo que la ley nos muestra básicamente tres cosas; primero, que Dios es indefectiblemente Santo; segundo, que los hombres somos pecadores y aborrecedores de lo bueno, y tercero, que la única salida ante tal tragedia es la salvación en Cristo. La biblia dice: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo (guía o tutor), para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” gálatas 3:24
En aquella severidad del marco de la ley, los escribas y fariseos llevaron a la mujer adultera para ver como el Señor resolvería tal acusación. No dudo ni un segundo en afirmar que el deseo de los religiosos era condenar y lapidar a la mujer, pero el odio acérrimo hacia nuestro Señor Jesucristo, les hacia refrenar tales impulsos; porque para ellos era mas importante condenar al Salvador que a un pecador.
La religión solo acusa, condena y juzga. No puede salvar. Es la misma tónica que se muestra con aquel sacerdote y el levita que viendo al hombre que quedó medio muerto en el camino cuando descendía de Jerusalén a Jericó. Ellos le vieron, pero pasaron de largo (Lucas 10:30-32). Ellos eran los fieles representantes de la religión del momento, pero ni con sus vestimentas y apariencia de piedad pudieron asistir al moribundo. En la religión no hay gracia ni misericordia, solo el peso de la ley, la acusación y la condenación.
En segundo lugar, vemos la religión mostrando su clásica faceta de hipocresía (Juan 8:6a). Los escribas y los fariseos hicieron ese espectáculo con la adúltera para tentar al Señor, y que, por lo demás, era una continua tónica en la conducta de estos religiosos. La biblia enseña que los religiosos son hipócritas; ellos actúan proyectando piedad, pero niegan la eficacia de ella (2ª Timoteo 3:5). El Señor dijo: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí” Mateo 15:7-8. Y añade: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” Mateo 23: 25-27
En tercer lugar, vemos al Salvador inclinado hacia el suelo y con su dedo escribiendo en tierra (Juan 8: 6-8). Hay algunos elementos que podemos comentar a partir de estos versículos. Por ejemplo, vemos al Rey de reyes y Señor de señores hecho carne, inclinado al suelo. Esto nos evoca la actitud de misericordia del Soberano, que desde su trono inclina su justicia en favor del miserable. El salmista decía: “Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos” Salmos 40:1-2
Qué maravilla es saber que El Dios Santo que odia al pecado y al pecador, se digna inclinar hacia el pecador miserable. Es como la humilde exclamación de María cuando dijo: “mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva” Lucas 1:47-48. En las antiguas monarquías, el rey se exaltaba por dos aspectos propios de su soberanía y prerrogativas; por su justicia al impartirla con severidad para castigar al culpable, y por su misericordia, para extenderla al miserable que, mereciendo el castigo, era perdonado por el soberano. Esa es la idea de que Jesús estaba “inclinado al suelo”. Nosotros los pecadores estamos en el suelo; en el pozo de la desesperación del pantano, pero El Rey ha querido inclinarse hacia el suelo; hacia nuestra miseria para rescatarnos.
Vemos también, que El Señor Jesucristo “escribía con su dedo en tierra” (Juan 8: 6 y 8). Ante esta escena, no podemos dejar de recordar aquellos pasajes bíblicos que nos relata acerca del “dedo de Dios”; porque Jesús era y es Dios, podemos afirmar categóricamente que aquel dedo, era el dedo de Dios. La biblia dice: “Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte de Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios” éxodo 31:18
El dedo de Dios es la muestra de su implacable justicia. El dedo de Dios nos apunta, nos acusa y nos condena. La santa ley de Dios nos muestra los santo de su carácter y la pecaminosidad de nuestra naturaleza. El dedo de Dios que esculpía en la dura piedra su implacable ley nos condena y nos muestra el destino del castigo eterno que bien merecido tenemos. Los propios brujos de faraón fueron los que reconocieron aquello, en medio de las plagas que caían en Egipto. La biblia dice: “Entonces los hechiceros dijeron a Faraón: Dedo de Dios es éste” éxodo 8:19
No olvidemos que en medio del banquete del rey caldeo Belsasar, una mano escribía en la pared el juicio de Dios en contra de aquel reino, y la inminente invasión de los medos y de los persas. Era el dedo de Dios anunciando su juicio implacable (Daniel 5: 1-31)
Pero ahora, en la persona de Cristo, el dedo de Dios no estaba acusando, ni juzgando, ni condenando, sino que estaba inclinado escribiendo en la tierra. Ya no estaba esculpiendo en la dura piedra, sino que, en el polvo de la tierra, materia prima de nuestra naturaleza. Porque Dios no se olvida de que somos polvo (salmos 103: 14). No sabemos que era lo que Jesús escribía en tierra, pero sí sabemos que el dedo de Dios que antes acusaba y condenaba, ahora ya no lo estaba haciendo. No en vano dice la escritura que: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” Juan 1:17
No obstante, ante tan sublime escena en donde El Soberano estaba inclinado al suelo, y que con su implacable dedo escribía en la tierra, los religiosos no podían entender quien era Jesús. Ellos insistían en preguntarle, que debían hacer con esa mujer adúltera; porque para ellos lo principal era la ley, la acusación y la condena. Ante esa actitud hipócrita de los religiosos, El Señor “se endereza”, y les dice de manera sencilla, pero no menos profunda: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” Juan 8: 7
¿cómo pasar por alto la expresión “se enderezó”? Ahora entendemos por medio del Espíritu Santo, que la salvación es por la inclinación del Soberano que extiende sus afectos hacia nuestra miseria, pero ¡Ay! Cuando Él se endereza y ejerce justicia desde su trono. La respuesta que El Señor les dio los confrontó desde las oscuras paredes de sus propios corazones perversos y engañosos que ni ellos podían conocer (Jeremías 17:9). La respuesta del Señor activó su remordimiento en sus conciencia, pero no el arrepentimiento para vida. La biblia dice: “Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio” Juan 8: 9
La biblia enseña que la ley implacable de Dios también acusará a aquellos que no tienen ley, y que son ley en sí mismos. Pablo decía: “éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” romanos 2:14-16
Los religiosos que acusaban y condenaban, y que deseaban capturar al Señor con su hipocresía, fueron acusados por sus propias conciencias, abandonando el lugar, y dejando solos, a Cristo y a la mujer adúltera. Cuán importante es observar que ella estaba “en medio” (Juan 8:9). Esto significa que, en la profunda tensión de aquella escena, por un lado, estaban los acusadores, y por el otro lado, el Salvador; y en medio de ambos, la mujer pecadora merecedora del castigo. Es como cuando nosotros mismos estábamos sin Cristo. Por un lado, la ley de Dios que nos acusaba y nos condenaba, y por el otro lado El Salvador diciéndonos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” Mateo 11:28. La maravilla de todo esta historia real, es que nos enseña que fue la implacable justicia de la ley de Dios que nos llevó a Cristo, así, tal cual como la mujer adultera fue llevada al Salvador por la voz terrible e implacable del santo mandamiento de Dios (gálatas 3:24). La ley de Dios nos arrastra a Cristo, quien es el único Salvador potente que nos puede redimir de la condenación de la ley.
Las palabras finales, dejan ver cuanta ternura, amor, gracia y misericordia extiende Dios hacia nosotros miserables pecadores. Jesús le dice a la mujer adultera: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor.” (Juan 8: 10-11). La salvación en Cristo, no solo nos muestra su insondable amor, sino que la eficacia de su obra en la cruz. Pablo llegó a decir: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” romanos 8:1. Lo que significa que un individuo que previamente era condenado por la justa y santa ley de Dios, ahora en Cristo, ya no es condenado, sino que libre de toda penalidad del pecado, es decir, judicialmente absuelto de todo cargo y de toda culpa. Fue el propio Pablo quien expresa de manera magistral: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió” romanos 8:33-34
Finalmente, nos queda comentar que Jesús le dice a la mujer ya perdonada y justificada solo por gracia: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11). Es aquí donde asoma esta pregunta: ¿Quién era Jesús que dijo con tal autoridad: Ni yo te condeno? ¿Quién era Jesús que se puso a la par con el santo mandamiento de Dios que ordenaba apedrear a la adultera? La única respuesta es que Jesús era y es Dios. El tenía todo el derecho y potestad de ponerse como Juez (Juan 5: 22) y decir con suma autoridad, y en más de una ocasión: “oísteis que fue dicho, mas Yo os digo”. En otras palabras, el Dios todo poderoso hecho carne, perdonaba a aquella mujer digna de condenación y muerte eterna. Era el eterno Emanuel que también ahora nos perdona y que nos manda a vivir en la esfera de santidad. Jesús le dice a la mujer: “vete, y no peques más” (Juan 8:11). La demanda y objetivo de todo pecador perdonado es no pecar más, pero no es menos cierto que la salvación en Cristo es eficaz y para siempre, de modo que nada de lo que un pecador perdonado haga o deje de hacer, cambiará en algo lo que Cristo ya hizo en la cruz de una vez y para siempre.
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos ayude a comprender la obra todo suficiente que solo él realizó en la cruz del Gólgota para nuestra salvación. Que así sea, amén.
PEL 06/2025