Cuando el oído se resiste a oír lo que necesita oír.
“…Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.
Y Naamán se fue enojado…” 2º Reyes 5: 9-11
Naamán, aquel general del ejército de Siria quien había ido tras el profeta Eliseo en búsqueda de la sanidad de su lepra, no encontró la respuesta inicial que él esperaba. Ciertamente él buscaba una respuesta rápida, instantánea y efectiva. Pero Eliseo decepcionó sus expectativas egoístas y cortoplacistas, y enojado se volvió a su lugar. Sin embargo, luego de recibir el consejo de sus criados, obedeció a la Palabra de Dios dada por el profeta Eliseo, y conforme a ello, la lepra de Naamán fue sanada (2º Reyes 5: 12-14).
¿Cuántas veces hemos recibido la respuesta de Dios que no esperamos? ¿Cuántas veces hemos pedido consejo a un hermano más maduro y experimentado en el peregrinaje, pero cuya respuesta no es la que esperábamos? Muchas veces la respuesta correcta no es la que anhelamos, o aquella que satisface plenamente nuestras expectativas; pero si es la respuesta de Dios, siempre será buena y útil para nosotros, aunque inicialmente no la entendamos; nos produzca tristeza o confusión. Quizás esta frase la hemos dicho muchas veces: “no era la respuesta que esperaba…”
Moisés rogó con súplicas al Señor, para que lo dejara entrar en aquella anhelada tierra prometida. Sin embargo, la respuesta de Dios no fue la que esperaba (Deuteronomio 3: 25-27). David clamó al Señor por la salud de aquel niño que nació de la relación adúltera con Betsabé (2º Samuel 12: 16-18) Sin embargo, la respuesta de Dios no fue la que esperaba. Pablo rogó tres veces al Señor que lo sanara de una enfermedad que al parecer tenía relación con su ojos (Gálatas 4:14-15). Sin embargo, la respuesta de Dios no fue la que esperaba (2ª Corintios 12: 7-9).
Es decir, la biblia nos enseña que muchas veces la respuesta que obtendremos del Señor, no siempre será la que esperamos. Por lo tanto, un creyente que pide consejos, debe siempre estar dispuesto a oír lo que muchas veces no es agradable a sus oídos, sin embargo, es lo que necesita oír. Pero lamentablemente la realidad indica que muchos creyentes se decepcionan al escuchar lo que no esperan oír.
Ahí tenemos el caso del tristemente célebre rey Acab, que odiaba al profeta Micaías porque este no le decía lo que él quería oír (1º Reyes 22: 8). De la misma forma el Sacerdote Amasias rechazaba a Amos, porque este hablaba lo que él no quería oír, o no era la respuesta que esperaba. Sin duda, las palabras del profeta Amos eran insoportables ante un pueblo transgresor y rebelde (Amos 7: 10-13). Siempre ha sido así. El apóstol Pablo le advertía a Timoteo que:
“…vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” 2ª Timoteo 4:3-4
Sin duda que estamos en tiempos de una cristiandad que sufre de “comezón de oír”. Es el prurito o picazón de oído que exige obtener “cosquillitas al rascarse” como placer y satisfacción al oír lo que queremos oír. El hombre desea oír lo que quiere oír, y no lo que necesita oír.
Esta larga tónica del hombre que recibe con tristeza la repuesta que no desea oír, se revela fielmente durante el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, que por cierto, tuvo seguidores, pero muchos detractores. La verdad lacerante del Salvador nunca pasó desapercibida, ni tampoco, cual “corcho”, flotaba en cualquier agua.
Cuando observamos el episodio del “joven rico”, vemos la misma realidad. Este joven, con un gran ímpetu inclina su rodilla ante El Señor Jesucristo, afirmando que era un fiel cumplidor de la ley y que deseaba heredar la vida eterna. Sin embargo, la respuesta del Salvador, no era la que este joven esperaba, y por consecuencia, se fue triste. La biblia dice:
“Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” Mateo 19: 21-22
Por supuesto, que muchos que querían “seguir a Jesús”, terminaban retrocediendo debido a que la respuesta que de Él oían, no era la que ellos esperaban (Juan 6: 66). Los fariseos no tampoco querían oír a Jesús, porque las respuesta que Él les daba, no eran las que estos religiosos esperaban (Juan 8:9, 43, 45, 59). La biblia dice que los judíos religiosos se “tapaban los oídos” para no escuchar a Esteban (Hechos 7: 57).
Amados hermanos, cuando vayamos en oración por alguna petición especial, no pensemos nunca que Dios nos responderá como nosotros queramos, sino que El Soberano siempre responderá como Él quiera; y siempre su repuesta será la mejor y para nuestro bien, aunque inicialmente sintamos que no es la repuesta que esperamos.
La mayoría de las veces, el consejo sabio o represión oportuna que podamos recibir, no será la respuesta que esperamos; pero si viene de parte de Dios basada en su infalible Palabra escrita, ten siempre en cuenta que esa es la respuesta que debes oír. El Señor nos dice lo que necesitamos oír, y no lo que queremos oír.
Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo no ayude a estar siempre dispuestos a oír lo que Él tiene que decirnos. Que así sea. Amén. Maranata!
PEL 9/2019