“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” Isaías 53:4
Cuanto bien le hace a nuestra vida meditar acerca del padecimiento que sufrió nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo.
El quiso cargar nuestro pecado y llevarlo hasta el monte del Gólgota, y jamás vaciló en esa decisión soberana determinada antes de la fundación del mundo.

Por supuesto que no existe parangón de lo realizado por nuestro Cristo. No ha habido hombre que haya sido el portador de la inmensa carga del pecado de toda la humanidad. Mártires ha habido muchos, que murieron con o sin sufrimiento por causa de sus ideales, pero El Señor no fue un mártir.
Un Mártir muere involuntariamente, pero nuestro Cristo se dio así mismo por nosotros.
Un Mártir es asesinado, pero nuestro Cristo se sacrificó por nosotros. Un Mártir es víctima de un crimen, pero nuestro Cristo es una ofrenda voluntaria. El mismo lo dijo: “…porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18)

Ahora bien, el texto que encabeza este artículo, me hace meditar en lo siguiente: ¿Cuales son nuestras enfermedades y nuestro dolores que Cristo llevó? Me llama la atención la pluralidad de aquellas dos situaciones que El Señor cargó en sus espaldas rumbo al Gólgota.

Amados hermanos, cualquier padecimiento, carga o tentación que hayamos vivido, estemos viviendo o vivamos en el futuro, Cristo ya la padeció rumbo al Gólgota. El es un Salvador competente que sufrió de verdad el dolor en todo su amplio espectro.
El llevó los dolores del pecado del hombre; sufrió la traición, la burla, el desprecio, la soledad, la tristeza, los dolores físicos y mas. El llevó los dolores de la tierra por causa del pecado; sufrió al portar una corona de cardos y espinas en sus sienes.

¡Que gran Salvador es nuestro Señor Jesucristo! ¡Que potente es su sangre!
El nos entrega todo lo necesario y suficiente para ser salvos por toda la eternidad.
Gocémonos amados en las promesas y en la fidelidad de Cristo, y que el enemigo satanás huya y se lleve sus acusaciones y susurros que cada día presenta en nuestro oídos.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” Romanos 8:33

PEL2006

 

 

 

Categorías: Devocional

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