“…sé, pues, celoso, y arrepiéntete” Apocalipsis 3:19
Cuando apreciamos la profundidad bíblica de la palabra “celo”, lejos de la definición egoísta y atrofiada de los hombres, descubrimos los ingredientes de un sentimiento santo, abnegado, diligente y con un alto concepto de fidelidad.
Dios es celoso por naturaleza; así se expresa de sí mismo al momento cuando revela sus mandamientos en Éxodo 20:5.
Dios demanda exclusividad. El nos anhela celosamente (Santiago 4:5) y cuando su intimidad, su santidad o sus estatutos son traspasados, afrentados y transgredidos, su naturaleza celosa y santa, se levanta como el fuego.
Cristo, siendo Dios hecho carne, manifestó el furor de su celo santo en aquel memorable episodio cuando expulsó violentamente a los cambistas y sinvergüenzas que habían convertido el templo de Dios en cueva de ladrones:
“dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume.” Juan 2:16-17.
Como vemos, el carácter santo de Dios, contempla aquel celo inherente, que se levanta y se manifiesta a veces estruendosamente.
Es la impresión y aquel sello de santidad y exclusividad que Dios, también nos ha compartido por medio de su Santo Espíritu.
Pero ¿qué ha pasado con el celo de la iglesia actual? ¿ Acaso no hemos estado contemporizando con el pecado y con el error? ¿Nos hemos hecho compañeros de la condescendencia, y cual avestruces, hemos escondido la cabeza frente a la apostasía que furiosamente se ha levantado por todos estos años? Sin duda, es el pavor a pagar el precio de la verdad.
Así es amados hermanos. La iglesia actual esta adormecida. Ha perdido la capacidad de asombro, y lo mas grave, ha perdido el celo de Dios. A nadie le alerta las costumbres, ideas o filosofías extrañas que pululan en medio del pueblo de Dios.
Hemos perdido el celo de Dios. Estamos conviviendo entre lo neutral, lo tibio y lo relativo. Pero el llamado y la demanda de Dios para este tiempo, es tan solemne y preciso; es tan elevado y absoluto, que no resiste análisis.
Amados, arrepintámonos y seamos celosos. El amor de Dios conlleva necesariamente el celo por lo amado, y de ninguna manera tiene como ingrediente aquel “amor” forjado en el corazón humano, lleno de levadura y miel, tan pregonado por la cristiandad actual.
PEL2006