“Y Amasías dijo a Amós: Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá” Amos 7:12

 La pregunta más pertinente al iniciar este estudio es: ¿Qué es ser protestante? Aunque la respuesta podría solo fundamentarse en la experiencia que tuvieron aquellos cristianos fieles y  celosos a la Palabra de Dios,  durante la era del  oscurantismo y persecución de la mal llamada “santa inquisición” que desencadenó la afamada reforma protestante en el siglo XVI, el protestantismo tiene sus albores en épocas inmemoriales y cuyos anales abundan copiosamente en la sagrada escritura.

No solo nuestros hermanos Juan Huss, Wiclif, Savonarola, Lutero o Calvino fueron los estandartes del protestantismo, sino que tantos otros que la ingratitud de la historia no los registra, como el propio Señor Jesús y sus apóstoles, Juan “el bautista”, Jeremías, Ezequiel o el mismo Amos citado en el pasaje que encabeza este comentario.

 Amos, uno de los tantos “protestantes”  que aparecen en la biblia, cuyo mensaje incisivo y lacerante, lo convirtió en uno de los profetas más detestables y odiosos, que los pecaminosos oídos del clero y  de la monarquía no toleraban. Tanto fue así, que el propio Amasías cuyo compromiso y fidelidad al rey le llevó a denunciar al profeta, acusándolo de que nadie ya podía “sufrir” su predicación (Amos 7: 10), y no conforme con ello, lo enrostra y en una expresión, sin duda de menosprecio, lo llama “vidente”  y lo insta a irse lejos para no escuchar mas sus palabras agudas y protestantes.

En aquel relato que se centra entre los años 760 – 750 a.C. (aprox.), no deja de llamar la atención la declaración de Amasías,  cuando dice que “la tierra no puede sufrir las palabras del profeta”, ya que evoca la profecía entregada por el apóstol Pablo y que tiene la misma esencia de los anuncios en tiempos de deserción y de apostasía:

 “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina…” 2 Timoteo 4:3

 Sin ninguna duda, siempre la Palabra profética ha sido “insufrible” por el hombre,  y los santos hombres de Dios como portavoces protestantes, han sido despreciados y desechados, tal cual lo fue su Maestro; nuestro Señor Jesucristo.

Amos,  no fue la excepción y por eso, se ganó el repudio del clero y del estado imperante de la época ¿Por qué? Por ser demasiado hablador y sin diplomacia.

¿le ha pasado a Ud. estimado hermano que alguien le diga:”¿Por qué no se va a predicar a otro lado por favor?”

 A tantos años de la experiencia de Amos, de la continua y dura resistencia a la predicación de Juan “el bautista”, de Cristo, sus apóstoles y de los heraldos reformadores, nos cabe preguntarnos ¿Y que queda del protestantismo en la actualidad? ¿Hay una iglesia celosa que proteste de manera insufrible como lo hicieron nuestros camaradas de antaño? ¿Existe alguien dispuesto, cual Lutero, a clavar hidalgamente sus tesis de reclamo desafiando al mismo infierno?

Tal vez la cruda realidad nos lleva a pensar que si Martín Lutero, como ejemplo, estuviese con nosotros, sería la misma iglesia evangélica la que lo que lo acallaría o descalificaría, diciéndole que Dios es amor y que tenemos que ser diplomáticos para que la gente no se aleje. Imaginemos tan solo un minuto a Lutero clavando en uno de los pilares de la catedral evangélica en medio de un “tedeum”, sus incisivas tesis en contra de la abierta idolatría del gobierno, de la aprobación de legitimidad de los homosexuales o del ecumenismo y elevando la voz con valentía y decisión. En lo personal, no me cabe ninguna duda que la gran mayoría irrumpiría sobre él para tapar su boca y evitar la ruptura diplomática que hoy existe entre el clero y  el estado.

 Ser protestante, es mas que llamarse heredero de la reforma; es sentir el celo de la Palabra de Dios frente a una humanidad corrompida por el pecado que nos está arrastrando a todos.

Ser protestante, es presentar con firmeza lo que la biblia dice, aunque esta sea lapidaria y determinante frente a tópicos tales como la idolatría, el ecumenismo o las falsas enseñanzas.

Ser protestante es estar dispuesto a renunciar al aplauso, a la fama,  y aceptar estoicamente el repudio y vituperio del mundo enceguecido por el pecado.

Ser protestante es llevar las credenciales legadas por nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles, quienes no trepidaron en elevar la sola Escritura aún exponiendo su integridad y su reputación

 Estamos en tiempos en que la iglesia ha renunciado a la esencia del protestantismo y el término ya es solo un cliché nominal. La gran mayoría de iglesias evangélicas ya no son protestantes y han traicionado, no solo al propio Señor, sino que a tantos camaradas que fueron martirizados por su  continua protesta del evangelio.

Hoy, la iglesia que protesta es catalogada como “escandalosa, desubicada o fanática” y la iglesia que hace diplomacia  con las religiones y que coquetea con los políticos de este mundo, es alabada como “iglesia con propósito, innovadora, del siglo XXI, renovada, etc.” ¡Pero que indolente se ha vuelto la cristiandad actual! La gran mayoría ha olvidado en el baúl del recuerdo el ejemplo de aquellos baluartes del evangelio que confirmaron con creces ser legítimos protestantes.

 La biblia nos enseña con suficiente abundancia aquel carácter protestante de los hombres que aman la Palabra de Dios, y que a pesar de ser hombres pecadores y falibles, dejaron erigido el estandarte de lucha y pendón de la verdad.

El profeta Ezequiel, fue llamado por Dios para establecerlo como un fuerte protestante ante un pueblo rebelde y apostata que no quería escuchar la Palabra profética.

 “Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día.

“Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos.

Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde. Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes.

Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que yo te doy Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes” Ezequiel 2: 1-10

 La tarea encomendada a Ezequiel no era menor. Predicar  a un pueblo rebelde cuyo escenario no era el clásico púlpito actual, sino que uno entre espinos, cardos y escorpiones, lo cual es lo mas impopular que pueda existir. Ese es el recorrido de todo protestante.

Lo interesante de la advertencia que el Señor le da al profeta, es que la predicación se debe realizar tanto si el pueblo “escuche o deje de escuchar” ,  frase que en otras palabras presenta el apóstol Pablo cuando instruye a Timoteo:

 “Te encarezco…que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” 2 Timoteo 4: 3

 Dios encarece a sus protestantes a predicar a tiempo y fuera de tiempo, quieran o no quieran escuchar los hombres, acompañados o en la soledad mas absoluta. La evidente esencia protestante en el pasaje de Pablo a Timoteo, radica en la palabra “REDARGUYE”, lo que significa, contradice, di NO al error, es decir, “protesta en contra de lo que se opone a la verdad”. Ciertamente, esta demanda al creyente actual es demasiado impopular para asumirla y ponerla por obra. Es mucho mejor y mas cómodo decir como el proverbio popular: “cada uno sabe donde le aprieta el zapato”, en otras palabras, que cada uno se de cuenta de su  propio error. De esta manera renunciamos al llamado de ser sal de la tierra y luz del mundo.

 Otro de los tantos pasajes de las escrituras que nos hablan del carácter protestante de los voceros de Dios se encuentra en la carta de Pablo a Tito:

 “Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores….a los cuales es preciso tapar la boca…enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene…malas bestias, glotones ociosos…; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” Tito

 Hoy por hoy, esta palabra nos llevaría a elevar la misma pregunta que algunos discípulos de Cristo le hicieron:

 “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” Juan 6:60

 ¿No es la misma pregunta que se hacía Amasías en los tiempos del “degradable”  profeta Amos? Nuestro bendito Salvador Jesucristo, es el gran Maestro del protestantismo y a Él le debemos la herencia de ser el bastión de la verdad, por lo que no debemos claudicar ni desertar de tal llamamiento.

Cristo vivió el protestantismo en carne propia y por tal razón, se ganó el repudio de aquellos que decían ser la reserva moral y religiosa de la época. La misma experiencia vivieron los apóstoles en la era de la iglesia.

 Al parecer no queremos experimentar el repudio que le costo la cabeza a Juan “el bautista” o  el cepo al apóstol Pablo, mas bien, deseamos la ovación y las palmas  de los hombres, en lugar del vituperio de Cristo. El apóstol Pedro decía:

 “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados” 1 Pedro 4.14

 La iglesia actual esta lejos de experimentar el vituperio de Cristo, ya su postura es tibia que se acomoda a toda temperatura y circunstancia; esta lejos de evidenciar un carácter protestante y de predicación firme con perfil definido y sin medias tintas.

Ha desaparecido el celo por la palabra y la inmensa mayoría se ha declarado remisa frente a la ardua tarea de predicar, instar, redarguir, exhortar a tiempo y fuera de tiempo, entendiendo que estamos en tiempos en donde escasea la Palabra de Dios en medio de un mar de apostasía.

 Amados hermanos, que la gracia soberana de nuestro Señor Jesucristo, nos de la voluntad y fuerza para retomar su estandarte de lucha protestante y poder nuevamente entonar con hidalguía y dignamente,  aquel himno que en otro tiempo caracterizó a todo un pueblo evangélico protestante y que ahora se ha subordinado obedientemente ante las amenazas del enemigo.

 Firmes y adelante, Huestes de la fe, Sin temor alguno, Que Jesús nos ve. Jefe soberano, Cristo al frente va, Y la regia enseña Tremolando está.

 Al sagrado nombre De nuestro Adalid, Tiembla el enemigo Y huye de la lid. Nuestra es la victoria, Dad a Dios loor; Y óigalo el averno Lleno de pavor.

 Muévese potente La iglesia de Dios; De los ya gloriosos Marchamos en pos; Somos sólo un cuerpo Y uno es el Señor, Una la esperanza Y uno nuestro amor.

 Tronos y coronas Pueden perecer; De Jesús la iglesia Constante ha de ser; Nada en contra suya Prevalecerá, Porque la promesa Nunca faltará.

 Que así sea, amén.

 PEL2010

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Categorías: Apologética

1 comentario

Ximena · 4 de octubre de 2013 a las 09:20

Tremendo !!!!!!
Así esta la iglesia hoy …..
Que el Señor nos guíe abriendo el corazón y mente a la Verdad,
y así ser verdaderos Protestantes por la causa de Cristo.
El ya viene !!!!

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