“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”

Juan 8:31


Esta enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, no presenta una supuesta condicionalidad para ser verdaderos discípulos, sino que es la evidencia y las credenciales de un verdadero discípulo. El análisis del texto presenta el mismo desenlace, que cuando hablamos de la “perseverancia de los santos”. Estos no perseveran para ser salvos, sino que perseveran “porque ya son salvos”. Es la tónica de todo verdadero creyente; permanecer en su palabra y perseverar para salvación. El autor de la carta a los hebreos, inspirado por el Espíritu Santo lo enseña así:

“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” Hebreos 10:39

Un verdadero creyente, aun no siendo perfecto plenamente, sí   va permanecer en la Palabra del Señor y perseverar hasta la muerte o hasta el día del regreso de Cristo. Es la demostración de la verdadera convicción que Dios ha puesto en cada uno de sus hijos; los cuales fueron engendrados por Él para vida eterna.

Permanecer en La Palabra del Señor

Nuestro Señor Jesucristo dijo: “el que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23a). Esto significa que es imposible decir que se ama a Cristo, pero no a su enseñanza. Es un hecho simultáneo el amar a Cristo y a la vez considerar su Palabra como única fuente de “La verdad”, y además única regla de conducta y de fe. Y este hecho tampoco es una condicionalidad, sino que, en armonía con toda la enseñanza bíblica, se desprende la conclusión de que todo verdadero creyente, por consecuencia, ama a Cristo y su Palabra. Esto es lo que evidencia la vida de un verdadero discípulo de Cristo que permanece en la Palabra del Señor.

Sin embargo, sabemos que hay muchos que dicen amar a Jesús, pero no a su palabra. Las enseñanzas de Cristo abundan en esta perspectiva. Él dijo: ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:46), y a aquella mujer que exclamó poéticas palabras a Jesús y a su madre, Cristo le respondió: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11: 28). Es imposible demostrar amor a Cristo lejos de guardar su enseñanza.

Los católicos y la Palabra del Señor

En tiempos de tanta confusión y el evidente avance del ecumenismo, creo muy oportuno que se diga la única verdad respecto a este tópico; y esto en un sincero beneficio para todos aquellos que siendo católicos, y que haciendo buenas obras, teniendo un buen estilo de vida ético – moral y de vida cívica, piensan que serán salvados y que tienen ganada la vida eterna; La infalible Palabra del Señor dice totalmente lo contrario.

El catolicismo como institución religiosa, no guarda la Palabra del Señor, por lo tanto, los fieles que permanecen en ese sistema, no aman a Cristo porque no permanecen en su Palabra, tal cual el propio Señor lo enseña en el texto que encabeza este artículo. Las razones son muchas. Por ejemplo, toda la estructura cultual, las doctrinas, los dogmas, las tradiciones, etc., del catolicismo romano, no provienen de la Palabra de Dios. El sacerdocio, la misa, la confesión auricular, la adoración a las imágenes y a la virgen (idolatría), la canonización de muertos, las indulgencias, el bautismo de infantes, etc., son enseñanzas del catolicismo que no provienen de la biblia, sino que de las tradiciones de los hombres, y es más, del paganismo heredado de la antigua religión de babilonia.

Por consecuencia, tenemos el deber de decir, con toda mansedumbre y reverencia, pero con absoluta firmeza, que cada individuo que permanece en este sistema anti-bíblico, no es un verdadero discípulo de Cristo, sino que solo un fiel seguidor de una de las tantas religiones. Lo más grave y que reviste trascendental importancia, es que si una persona no es un verdadero hijo de Dios, todos su “cumulo de buenas obras”, no le conducirá a la vida eterna, sino que a la condenación eterna. La biblia dice:

“Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte” Proverbios 14:12

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” Mateo 7:21

“Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” Apocalipsis 18:4

Los evangélicos y la Palabra del Señor

Primero que todo, es bueno recordar a los evangélicos de la “escuela antigua” (como a veces despectivamente se les llama). Ellos, a pesar de no tener acceso a mayor información y estudios, tenían algo que no lo da ningún libro que los hombres han escrito a través de la historia de la iglesia; me refiero a las “convicciones y celo por la verdad”. Ud. hablaba con pastores y miembros de iglesias, décadas atrás, y se “empapaba” de la vehemencia y fidelidad que ellos tenían a la Palabra de Dios. Eran hermanos sencillos, de perfiles claros, definidos e intransigentes en cuanto a “la verdad” que revela la sola escritura. Eran creyentes que siempre enseñaron que no es posible el ecumenismo que  conduce de regreso a Roma. Ellos predicaban acerca de “la separación” y no de “la unidad” de los credos, como hoy día se insiste a “sangre y fuego”.

Hoy se observa una iglesia evangélica tan parecida a la iglesia católica romana, que hasta se llega a pensar la triste conclusión   de que gran parte de sus membresías la componen personas naturales que no han nacido de nuevo. El hecho de que muchas iglesias denominadas evangélicas no hayan permanecido en La Palabra del Señor, es una clara evidencia de que sus miembros, no son verdaderos discípulos de Cristo.

Actualmente el denominarse “evangélico” no es garantía de ser un verdadero discípulo de Cristo, y por lo tanto, un hijo de Dios preservado para vida eterna. Hoy ser evangélico en nada se diferencia a ser un católico. Es muy importante enfatizar esto; y sobre todo hoy, en donde los conceptos absolutos han ido desapareciendo a un paso estrepitoso y nadie nota la diferencia entre la verdad y la mentira. Sin embargo, ellos descansan en sus obras y dicen que son personas de “buenas costumbres, modales, de vida ética y moral”, y esa sería “la garantía” de que son verdaderos hijos de Dios. El evangelio es mucho más que solo vida moral y cívica. Hay muchos que son excelentes personas, que no son “mundanos”, pero que no aman al Señor.

Si la ecuación “Buena persona = Salvación eterna” fuera verdadera, entonces, por demás murió Cristo, y su gracia y su sacrificio en la cruz queda obsoleto. Pero las escrituras abundan en enseñarnos que la salvación no es por obras (Romanos 4: 1-5, Efesios 2:8-9, Tito 3:5), que es por fe (Romanos 5:1) y que todas nuestra “buenas obras” no sirven para nada en cuanto a salvación y vida eterna. El profeta Isaías escribió:

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” Isaías 64:6a

El que no ama a Cristo es anatema

“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema” 1 Corintios 16:22

Hay muchos miembros de iglesias católicas y evangélicas que dicen “amar a Cristo”, pero que no aman su palabra. Ellos solo buscan sentirse bien y muy cómodos. Algunos disfrutan de las “alabanzas” de música contagiosa y alegre; anhelan aquel ambiente “espiritual” que se genera en sus reuniones. Otros gustan de las amistades sanas que se logran en sus círculos religiosos. Sin embargo, quien no ha nacido de nuevo, siempre huirá del estudio de la Palabra de Dios y de su instrucción que muchas veces nos golpea duro, no disciplina y nos hace morir nuestro nocivo ego lleno de orgullo.

Pero como ya hemos visto, el amar a Cristo, necesaria y simultáneamente significa también amar su Palabra, y guardarla. Si esto no es una realidad en una persona, entonces el tal no ha nacido de nuevo para vida eterna. Y su vida de senda limpia es solo una religión, cuyo final es de todas formas la condenación (Proverbios 14:12). Alguien dijo acertadamente: “el infierno está lleno de buenas y sinceras personas”.

Por otro lado, existen muchos feligreses que dicen que “no aman al mundo” y se apartan de todo lo mundanal y lo reemplazan por obras sociales y de ayuda humanitaria, pero sin embargo, no aman a Cristo, aunque con sus labios digan lo contrario. El apartarse del mundo y hacer buenas obras no significa necesariamente amar a Cristo. Él lo dijo, “el que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23a)

 El texto de 1 Corintios 16:22, es más profundo de lo que parece. Dice que todo el que no ama a Cristo es anatema. La palabra “anatema” significa “apartado para destrucción” o directamente “maldito” (vea Levítico 27:29). Es decir, una persona puede tener una vida “limpia y apartada”, pero para “destrucción” de todas formas. Es imprescindible entonces amar a Cristo para ser librado de la maldición de la condenación (Gálatas 3:13). En otras palabras, un individuo religiosamente irreprensible, no garantiza en nada su salvación.

Por ejemplo, el apóstol Pablo antes de la conversión fue el “temido Saulo de Tarso”. Él perseguía la iglesia y consentía en la muerte de los verdaderos creyentes, sin embargo, él era una “buena persona”, creía que estaba sirviendo a Dios, pero concretamente, Saulo no amaba a Cristo ni a su palabra. Pero una vez que fue convertido por el poder de Dios, en esa ruta camino a Damasco (Hechos 9:1-6), Saulo nació de nuevo para vida eterna y ahí recién conoció a aquel que le había amado primero (1Juan 4:19); entonces reconoció lo que significaba su anterior vida religiosa e irreprensible cuando dijo:

“… Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.  Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, “Filipenses 3: 4-8

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo y el Santo Espíritu de Dios pueda abrir el corazón y convencer de pecado a todo aquel que insiste en pretender ser salvo por obras; para que el tal sea convertido en un verdadero discípulo de Cristo para vida eterna. Que así sea, Amén.

PEL 11/2017

 

 


1 comentario

María Antonia Camargo · 16 de noviembre de 2017 a las 08:23

Excelente análisis. No podemos apartarnos de la Palabra ni dejar de obedecerla. El Señor nos dé su fortaleza.

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